Le iba a contar justo, que yo caminaba para verlo. Para verle la cara y los ojos, mirándome.
Para que viese que yo lo necesitaba ver viéndome.
Necesitaba al menos dos ojos que miraran mi vacío, mi torre a medio hacer, o mi jardín lleno de espinas.
Pero, no llegué, ¿querés creer?.
Después de poner la primer zuela de zapato, el zapato y el pie dentro del zapato sobre la acera, justo en ese momento, me empecé a desmoronar. Iba dejando pequeños pedazos de mí, como miguitas de pan marcando mi recorrido.
Y un lánguido, lánguido requiem.
Me despedacé sobre la acera y no llegué a mirarlo, señores, y eso, eso es algo que no me voy a perdonar, jamás.
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1 comentario:
Que triste, desmoronarse frente a lo que uno tiene que hacer para liberarse y quedarse en el camino y no poder soportar la idea de haber perdido la oportunidad de enfrentar la situación.
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