A él le gustaba desfibrilarse.
No había nada más lindo que verlo balancearse después de ser asustado por un perro o un oso y eso era lo que le gustaba. Nada lo hacía más feliz que esas visitas mías de medianoche, cuando escurría mi nariz por el portón y le tocaba el timbre con la lengua.
Y nos llovía. Siempre lloviéndonos para acelerarnos el corazón, para salir al patio, tirarnos en la hierba, arrancarnos la ropa, porque estaba mojada. Pero había algo detrás, algo sub-epitelial que lo sumergía en un éxtasis y se ponía a girar y girar y las cosas salían volando para cualquier lado.
Sonreía torcido cuando se daba cuenta que yo tenía los ojos vidriosos, que no me hacía gracia verlo jugar con ese cuchillo.
El miedo nos hacía sentir tan vivos...
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1 comentario:
INSTANTES ETERNOS.
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