jueves, agosto 27

claustro.

Podría ser que supiese que el colectivo iba doblar esa esquina cuando cortara ( o des-cortara) el semáforo. Resulta que no sólo dobló, sino que embistió a un taxi que estaba estacionado. O creo que el nivel etílico en mi sangre estaba por las nubes. O tal vez no, tal vez no murió tanta gente. O sí, la gente muere, grandes cantidades de gente que muere, cuerpos que se queman, cenizas en la tierra. Pilas y pilas de cuerpos de gente a la que se la comío la vida, y ahora se la comen los gusanos. Y el hedor, el hedor a tierrasangrepodrida salpicada en la cara de todos, en la vida e historia de todos y cada uno de nosotros. Porque es igual de terrible morirse de hambre que no tener unos rayban. Tengo la cara toda salpicada de sangre, de whisky. Y un cansancio emocional que me pisotea la cabeza cada vez que la apoyo en la almohada o en el pecho de alguien (de quién sea). Estoy cansada de cuestionarme y hasta conformarme con pequeños, pequeñísimos momentos felices. Muy pequeños, minúsculos. Y de no tener una bicicleta, ni todos los colores al óleo, ni esa sonrisa que extraño, ni el viento en la cara, ni plumas, ni libros, ni polleras, ni poesías, ni cartas de amor, de odio o que expresen alguna emoción o sentimiento efusivo que a la vez me haga sentir algo a mí. Que me haga sentir algo, me cachetee o me destruya los riñones a patadas.
Quiero sentir, amar, amar al viento, al viento en la cara.

Nada más-

2 comentarios:

Claroscuro dijo...

Yo también. Yo siempre, pasa que me olvido. ¿Por qué me olvido? Ah, claro, la dualidad.
Estúpidos, estúpidos occidentales.

Claroscuro dijo...

(yo incluido)