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Siempre tengo las llaves de mi casa en algún bolsillo de la ropa que uso. Es sentirme un poco en casa, como la seguridad que da una alianza o una puerta blindada. Pero en una forma más simple o que me deja más psicológicamente tranquila (también la alianza, claro).
Así que todas las baldosas que piso en el día, las piso jugueteando con las llaves en la mano, en el bolsillo. Y escucho el tintineo mientras camino. Y me siento apenas en casa, apenas café, apenas almohada.
Estar en casa es el último suspiro de todos los días, el que se inhala más fuerte y profundo que los demás. Tengo las paredes enturbiadas con historias mórbidas, que se adormecen con la medialuz del velador que está sobre el parlante.
Me arrinconan un poco más todos los días y tengo un reflector en la cabeza. Estoy sola rodeada de nada y tengo que hablar de algo, pero no sé de qué.
Tengo las llaves en el bolsillo y ahí viene el subte, o vienen la luz del subte precedida por el subte y yo pienso que tengo ganas de vivir. Y que no me quiero olvidar de todas las cosas bonitas que me dijeron alguna vez, pero que no hay remedio, porque el amor se vaporiza. El amor esmero, el amor imbécil, amor al arte, amor a dios.
Quiero sentir que me hacen el amor y tener las llaves entre los dedos. Quiero sentir esa cosa que se cree sentir, pero que no se siente y que solo son cosquillas vagas o una idea algo desorientada. Es tan dificil.
¿La loca soy yo o están locos todos los demás?
Yo tenía una idea malograda del amor, pero la tenía.
jueves, septiembre 24
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2 comentarios:
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uff
genial.
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