La forma del amor. Un garabato esfumado, ojos con cataratas, una ensalada a medio terminar en la heladera. Esperar lo que llega. que no te das cuenta que llegó porque estás muy ocupada regando las plantas, secando los platos. El polvo que se adueña de todo, el polvo cubritivo del olvido, archivos interminables desordenados, de cosas, olores de colores, formas de sabores, tanto humo, tanta agua, cataratas.
Y ceder, ceder un poco más que el elástico del calzoncillo que planché esta mañana. Adueñarme de una cucharita que me pareció simpática.
Al final del día me siento una escultura de enredadera obsesivamente podada para que se vea bien.
Resulta que el otoño nunca llegó. No me enteré del reloj, no me enteré que el día, que la noche, que el viento. No me acuedo las veces que me paré en seco, no me acuerdo como llegué acá. Qué giro, qué se detuvo. O yo, en seco. Una y otra vez. Cómo llegué a este párrafo.
Hace poco le vi la cara a la muerte de muy cerca, le vi la cara a dios, le vi la cara a tantas personas que no conocía. Sentí tanto, tan todo, tan tanto, tan visceral. Un retorno a la nada que me ahoga y me desahoga casi morbosamente.
El enjambre tan cuidadosamente hilado de la vida, la cantidad de veces que se te engancha la piel, el pelo en el alambre de púa o te da escozor acariciar las sábanas de tu abuela, el perfume de tu padre, la comodidad de las pantuflas.
El todo que atormenta.
sábado, septiembre 18
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